Y te das cuenta de que ya no eres una niña, de que tus opiniones y palabras pueden doler a los demás. De que ya no se lleva lo de ser sincero, de que la gente cuenta más mentiras que verdades. Que nadie dice la verdad. Y lo que es peor, que ni siquiera se molestan en mentir bien. Te dejan los cabos sueltos, creyendo que no los vas a atar.
Que nadie va a ir a buscarte aunque tú lo hayas hecho mil veces. Que a nadie es a quien necesitas. Que nadie te necesita aquí. Que nadie va a hacer por entenderte. Que nadie sabe leer tus entrelíneas. Que ya nadie merece la pena. Que ya nadie. Que ya nada.
Que sólo tú sabes lo que necesitas ese abrazo. Que sólo tú sabes las ganas de llorar que te provoca ver todo lo que te rodea. Que sólo tú sabes lo que te espera tras la puerta de salida. Que sólo tú sabes lo que llevas a cuestas. Que sólo tú.
Que esta ciudad es tu cárcel pero nadie ve tu celda. Que el amor incondicional que buscas sí existe, pero que la mayoría de veces se pasa como un dolor de cabeza. Que las cicatrices de unos y otros al rozarse con tu vida no les duele a nadie; sólo a ti.
Que es imposible olvidar todo el daño que te han hecho.
Que resulta más fácil perdonar.
Que eso estás haciendo.
Que eso estás haciendo.
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