sábado, 2 de agosto de 2014

Breaking a truce

Qué sería yo sin mi padre... Y qué sería yo sin Daniel. Una triste que no para de escribir la misma mierda, que no deja de estudiar el libro de poemas de Neruda. Que no pasa un día sin leer al enemigo de corazones o a depresivos similares. Todo eso sería de no ser por su existencia y su irrupción en mi vida. Colgó de mi cama un atrapasueños para dejar de tener las pesadillas con la misma persona. Lo poco que dormía sin malos sueños siempre era en sus brazos. Estuvo y me sostuvo cuando todos los demás se fueron y me dejaron olvidada en alguna parte entre dos ciudades.

Dicen que las mujeres buscamos estar con alguien que se parezca a nuestro padre. Por lo que él cuenta, no dudo que el hombre busca en su chica a una segunda madre. Pero yo no me parezco en nada a ella y creo que esa es una de las razones ilógicas que hace que lo nuestro funcione. Recuerdo aquella vez en que no quería saber nada de mí. Luego volví y el reencuentro era inevitable: trabajábamos en el mismo sitio durante el verano. Leía a Kundera cuando se acercó a mí y me preguntó que cómo me iba todo. Mi cara expresaba lo que un poema de Góngora. Un puto lío incapaz de comprender alguien como yo:

+ No tienes que fingir que te importo, Daniel.
- No finjo. Quiero saber qué tal estás.
+ ¿Dejaste claro que no querías saber nada más y ahora te importo?
- No sabía cómo reaccionar cuando me dijeron que no pedirías el traslado. Pensaba que era yo quien no te importaba.
+ Sin contarte a ti, toda mi vida está allí. ¿Acaso no eres todo lo que tengo cuando vengo a casa?
- ¿Qué ha pasado con nosotros?
+ Ya no hay ningún nosotros, Daniel. Es algo que decidiste por los dos.

Pasó algún tiempo y las cosas se arreglaron entre nosotros y no porque quisiéramos, sino porque además nos necesitábamos. "Me recuerdas a mi padre y la última vez que me pasó con alguien tuvo unas consecuencias, digamos, únicas, hasta la fecha". Eso fue lo primero que dije cuando nos sentamos en el césped. No estaba segura de si se lo estaba diciendo a él o era a mí a quien le declaraba el fin de la tregua sentimentalista que me había traído hasta hace unos meses. Tregua que comenzó cuando le conocí. Me miró como si tratara de resolver un acertijo, entender uno de mis chistes o averiguar qué números fallaban en aquel sudoku que dejamos por imposible. Le sonreí y con ello pareció haber comprendido el acertijo, entendido mi chiste malo y resuelto el sudoku.

- ¿Por qué me tienes tanto miedo?
+ Un día me prometí que no volvería a sufrir por nadie.
- Lo peor de esto es que vas en serio.
+ He estado negando lo que siento por ti de las forma más absurda que existe y...
- Y la más fácil. De no ser por la biblioteca te sería sencillo evitarme. Dime una cosa. Dices no querer sufrir por nadie... ¿Qué es esto sino miel en los labios y encabezonarte en no saborear su dulzor?

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