domingo, 2 de marzo de 2014

Otro capuchino, por favor

Esta mañana me levanté para desayunar nostalgia con dos de azúcar. Y me acordé de adicciones pasadas.

Café solo sin azúcar. Amargo y triste. Una bomba para quien no lo conoce si además dice ser de máquina (de escribir). Espera en cualquier cafeter(í)a a que alguna boca lo reclame y, cuando lo hace, todo es energía. Promete que su efecto (o amor) durará (que no te hará daño), que toda emoción vivida en ese momento es poca comparada con la que espera después. Aunque no lleve azúcar, te engancha su sabor; cuánto más tomas, más quieres. Eres nueva en esto del café y crees todo lo que te cuenta.

Poco a poco te asaltan las dudas. No sabes si está bien ir por el tercer café siendo las diez de la noche. Te preocupa no pegar ojo esa noche, pero cada vez que se te planta otra taza delante no puedes negarte. Así se suceden las semanas. Te tiene. Te tiene tanto que te quedas dormida cinco minutos y cuando despiertas el vaso está templado. Te lo bebes rápido para evitar que se enfríe más aún. Cada noche la misma historia y recurres al microondas. Empiezas a pensar si recalentar tazas (o camas que otros dejaron enfriar) es la vida que quieres llevar. Si vivir a la espera de nuevos filtros (o trenes) es sano.

Pasan los meses, no sin más dudas. Piensas que podrías pasarte al capuchino (a la felicidad), dejas de creer que el café está hecho para ti. Ya no te sigue el ritmo, ya no te hace efecto su cafeína. Ahora te pide más cantidad de todo y te sientes obligada a dar por tal de sentir ese subidón del principio (las mariposas). Te haces inmune a la adicción que sufrías (entras en la rutina) y duermes toda la noche delante de la séptima taza, a rebosar (de mentiras). ¿Y qué pasa cuando despiertas? Que está frío (como la cama desde que él se fue). Y todos sabemos que un café frío (o triste) no lo quiere nadie (ni ellos mismos). Sí helado; no frío. La verdad es que nunca te gustaron los fríos, sino los que te queman los labios y arrasan tu boca a su paso. Los que arden (los que duelen bonito). Ese café nunca te ardió por dentro (sólo te dolió, sin el bonito). Pero de eso te das cuenta después.

Dejas la taza sobre la encimera un tiempo. Sin querer tocar la frialdad que se ha instalado en ella (que en realidad nunca se fue). Evitáis el tema pero la cafetera se ha roto y a ti cada vez te da más asco tener que beberte los restos de lo que quedó. Es como si volvieras con tu ex (que ahora sólo es un "hombre" más) y te acostaras en su cama, con sábanas manchadas de rímel, barra de labios y con olor a perfume de mujer (o sólo a amor diestro). Esos labios marcados en la taza es como si no fueran los tuyos. Tanto abandono te ha enfriado a ti también, tanto que no encajarían en esa marca de carmín porque ahora sonríes más. Te hartas de la situación, coges la taza y tiras su contenido por el fregadero. No volverás a esa marca de café (o de infelicidad). Ya no eres la que fuiste un día (o sí). Pero él no ha cambiado.

Él sigue siendo un triste, amargo y frío café solo sin azúcar. Pero no de máquina como te dijo, sino de los otros.

5 comentarios:

  1. Me ha encantado la comparativa con los cafés. Es muy acertada. Ha sido una lectura muy buena, gracias.

    http://josecarax.blogspot.com.es/

    Hay esta mi blog, por si alguien quiere leerme.

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  2. De vez en cuando escribo algo menos malo x) Gracias a ti por pasarte. Yo ya te sigo y comento, a ver si me pongo al día con tus entradas ahora que son poquitas.

    ¡Nos leemos!

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  3. "Para desayunar nostalgia con dos de azucar" es que la nostalgia es realmente amarga (o amarga).

    Si te apetece te dejo mi blog, del tipo, "cafe" con tres azucar ;)

    sensusphilia.blogspot.com

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  4. ¡Gracias por leerme y comentar! Acabo de pasarme y te he dejado marquitas en tus poemas, que me han gustado mucho :D

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  5. Quizás no fuiste la que fuiste un día porque ahora eres mejor :)

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