domingo, 3 de noviembre de 2013

No debí saber quién eras

Sin pensármelo dos veces, cogí el primer tren destino Madrid. Sólo llevaba una mochila con un par de mudas, un plano de la ciudad, algo de dinero y lo que me quedaba de sentido común en los bolsillos. Necesitaba que el viaje fuera lo suficientemente breve como para no querer coger el próximo tren de vuelta.

Me bajé en la última parada. Hice el mismo recorrido que hace un par de meses atrás. Puse su música y empecé a andar sin saber a dónde quería llegar. Me sonaba una cafetería, un McDonald's, el típico bar de tapas que se repite por toda la capital y un museo al que no pude entrar. Anduve más de lo que pensaba: cogí metros, autobuses. Pasé por lugares que visité la última vez que estuve en la ciudad hasta que me sentí saciada. Me paré junto a una de las ventanas de un edificio gris, aunque no supe si era la que buscaba.

Sin darme cuenta, volví a Puerta del Sol. No pensaba que fuera a recordar las combinaciones de líneas que debía hacer para llegar a ninguna parte (que no alguna), pero lo logré. Durante el viaje hice todo lo contrario a soñar despierta hasta que una voz me sacó de mis pensamientos. Debía bajarme ya. Me apeé del tren, subí las escaleras mecánicas, pasé el control, crucé la puerta con la pegatina de "prohibido, entrada" y salí a la calle. Se me hacía tarde, tenía prisa.

Lo que quería era deshacerme de todo, dejar que la música que me había acompañado durante el día se quedase allí y que no volviera a sonar. Me tocaba hacer la muda, cambiarme la piel. Llevaba una carta con intención de echarla en su buzón, pero al final la tiré a la basura. Me situé frente al portal desde la acera opuesta, miré hacia arriba, me di la vuelta para buscar aquella puerta metálica y, como dándome por satisfecha, volví a la boca de metro.


* * *

Estaba embriagada de emociones a las que no supo dar nombre. Puso la última canción a escuchar con la desgarradora voz de Andrés Suárez, y desapareció mientras sonaban las notas de un piano y un ya verás como me olvidas...

Se marchó como el que se va de casa cerrando la puerta cuidadosamente, procurando no hacer ruido. Nadie sabría nunca que volvió a pisar Madrid, que hizo una locura. Absolutamente nadie. Entró en la estación de Atocha y, esta vez sin volver la vista atrás, bajó al andén con menos de lo que había traído.

Lo dejó todo en el Otoño de Madrid.

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