lunes, 26 de mayo de 2014

Fuck you, Paris

Me prometieron París y me cegaron con tanta luz artificial. Cuando consideré que era el momento las apagué, no sin antes haber encendido velas por la habitación en la que ahora estaba. Metí el disco en la minicadena y me senté en mi alfombra (que es la suya), a los pies de su cama (que es la mía). Las dos copas medio vacías de su vino favorito competían con mi sonrisa a ver cuál brillaba más en la oscuridad. Nunca me han ganado desde que estoy con él. Las eclipsamos en cada beso hasta romperlas de vacío.

Los dos minutos antes de que entrara por la puerta pensé en mil cosas. En lo perdida que estaba hasta que me encontré con su sonrisa en mi camino. Esa sonrisa suya, que iluminó hasta la habitación más oscura de mi vida. Ya no tenía miedo de que los kilómetros fueran más largos que los besos, ni de que los vasos ya no tuvieran versos. Pensé en cómo me había hecho amar hasta el color del vino en las copas y de su sabor en nuestros labios. Recordé qué día me hizo aficionarme a la cerveza, de la forma más sucia y rastrera: "bébete la jarra o no hay besos esta noche". Menuda sonrisa esbozó para desarmarme... Pero en mi defensa diré que no fui yo quien se enamoró. Fue él quien hizo que me enamorara hasta de su sombra y de las cartas con su letra de escritor dieciochesco. Es él quien me ha hecho querer ser mejor persona. Es él y punto; con todo lo que ello conlleva.

Dos minutos después entró y me descubrió en mi "estado puro", que lo llama él: intentando averiguar qué tonalidad de azul sería la de la colcha de haber más luz que la arrojada por unas velas. Me enamoró por ¿vigésima vez en el día? Y volvió a quitarme el hambre, dejándome en los huesos de sus besos, llenándome el estómago de mariposas alzando vuelo. En ese momento sólo pude hacer una cosa: quererle más que nunca, más que a nadie en el mundo. ¿Qué importaba ya nada? Que le den a París, yo prefiero su cama.

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