jueves, 27 de marzo de 2014

Sixth degree of separation

Le dije que no me escribiera, que no volviera más. Obvié el "no me llames" porque tenía claro que no iba a hacerlo (de hecho así fue). Me entendió mal. Comprendió que le echaba de mi vida, menuda tontería. Si eso lo hizo él mismo cuando retrocedió para quedarse en el marco de mi puerta, aquel momento en que deshizo todos los pasos que había dado conmigo, pero sin mí.

Me quedé con las ganas en el tintero. Decían algo así como: le echo de menos aunque me extraño más a mí misma. No sé si sigo sintiendo algo pero ahora me quiero y me quieren por todo lo que no me amó. Decidí cambiar el "te odio" por el "no te odio" para que pudiera seguir con su vida (pese a que nunca dejó de hacerlo). ¿Acaso el odio es incompatible con el amor? Le quise y le odié hasta alcanzar la nada. Callé, cambié de estrategia y mentí como un cosaco. Me creyó sin más cuando le dije que estaba bien. Deshecha. Pero bien cada vez que preguntaba.

De ahí en adelante tuve que cambiar mis paredes. Preguntaban por él todos los días y nunca supe responder otra cosa distinta que no fueran mi genio y mi portazo de "buenos" días. Cambié de piel; tocaba muda. Dejé mi corazón olvidado hasta que alguien me lo recordó. Me enseñaron que con él se pueden hacer más cosas que nada tienen que ver con romperlo. Olvidé la eternidad en la que vivía; la llamé domingo por eso de no querer hacer nada sino dejarlo todo para otro día. Por esa pasividad que sufrí respecto al olvido, que siempre lo aplazaba a un lunes que ahora cuando lo beso tiene sabor a empezar de cero.

Supongo nunca supe gritar en silencio y escupí letras llorando, a veces odiando. Siempre queriendo. Supongo que antes de no necesitar escribirle sólo me enseñó a hacerlo sin que me doliera. Y nada más.

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