sábado, 7 de enero de 2012

Marcapáginas

Abro la ventana y veo tus macetas. Brillantes, llenas de vida. Ellas ganaban tiempo mientras tú lo perdías en una vida prácticamente solitaria. Busco tu foto y la encuentro iluminada por los rayos de sol que entran a través del frío cristal. Tan frío como el que nos separaba aquel 17 de diciembre... Podría verte sonreír si me lo propusiera. Hasta el momento en que te fuiste para no volver, creía saber lo que era perder a una persona, temporal e indefinidamente. Qué equivocada estaba, no sabes cuánto.

Los días que fui a verte no eras tú. Los cables, sueros, morfina y vías te cubrían cual pesado ayer. Un pasado que también recae sobre mis hombros. Siempre queda algo por decir, algo por escuchar, algo por hablar. Ahora nunca sabrás lo que quería oír de tus labios ni la de historias que mis oídos podrían haber disfrutado contigo.

Intentaba memorizarte. Quería recordar cada lunar de tu rostro, de tus brazos, de tus piernas... Todo. Tenías que estar conmigo y esa era la única forma de hacerlo; inventarte. Sé que te dejé mucho por desear, no estuve a la altura... Tendría que haberme dado cuenta antes, lo sé.

Cuando me dispuse a entrar en aquella habitación no sabía qué iba a encontrarme. Me derrumbé. Me tiré al suelo empapada en lágrimas, repitiendo en mi cabeza que no podía ser verdad. Reuní el valor para entrar en la sala, cargada de llantos, gritos desolados. Sólo sentía arrepentimiento y dolor al verte dentro de lo que podría haber sido el tronco de un árbol, acompañado de una cruz como entrada a un Cielo en el que te están esperando...

Porque has sido una luchadora hasta tu última respiración. Porque, convertida en viento, siempre estarás volando a mi lado.

Aún recuerdo mis frustrados intentos de transmitirte vida cogiendo tus manitas, suaves como el terciopelo. Aún recuerdo cómo apretaste las mías con tus últimas fuerzas, horas antes del desenlace del más triste capítulo de mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario