martes, 19 de agosto de 2014

Crónica de un desconocido

Buscaba la felicidad y creía encontrarla con la (nueva) mujer de su vida. En la cama, por supuesto. Inocente aquel que crea que el amor es algo más que estar sobre un colchón. Todas pasaban por el catre: la cajera enamoradiza, la universitaria, la rubia que no tiene otra cualidad mejor a destacar. Con todas era feliz a su manera pero le gustaba tanto la velocidad que pronto perdía el interés en seguir pasando por la misma carretera cada día. Era tan ambicioso. Cada verano buscaba una nueva ruta que explorar por otras ciudades. Dejaba a drede las marcas de sus neumáticos sobre el asfalto. Quería ser recordado.

Era un hombre complejo y no porque él mismo lo fuera. En realidad era insultantemente básico. Era complejo porque buscaba la dificultad en las cosas más sencillas y naturales. Así es como empezaba a llorar a las musas de su pluma y derramaba tinta por los ojos hasta ennegrecer el alma de quienes le rodeaban. Les decía que no era suficiente para ellas, que les quería muchísimo y que nunca se olvidasen de él (como si hubiera otra opción), de sus guitarras desafinadas adornando el salón y de su colección intocable de CDs. Que estaba acomplejado, que quería hacer grandes cosas en su vida aparte de frenar en seco cuando iba a 120km/h. Que siempre creyó que moriría joven. Que se perdió entre mareas y nunca se volvió a encontrar. (Que tenía una sirena en cada puerto).

Llorar se convirtió en un ritual frecuente. Pero estaban enamorados del desastre y ninguno podía (ni puede, ni podrá) borrar las manchas que cada uno hizo en la carretera del otro. Dar con un día bueno se volvía irremediablemente utópico. Ese era el principio del fin. Ella se rendía y al hacerlo sentía que se le iba una parte importante y a la vez nimia, él se rendía y estaba emocionado de emprender un nuevo viaje en busca de su (nueva) musa. Esa musa que recibiera los poemas que escribió para otra. Esa musa que firmara un contrato con sangre del que conocería las condiciones después del desastre. El desastre que supone enamorarse de un poeta en el siglo XXI.

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