Aquella mañana me desperté con un libro encima y la radio encendida. Estaban sonando piezas de piano que el día comenzaba a ahogar entre los llantos de los coches. Pero de eso no me di cuenta hasta que me vi ahí, prácticamente inerte. Fue de esas noches en las que decidí meterme en la cama sin pantalones, porque así me gustaba saborear la libertad. Fue, además, una de esas noches en las que me quité el corazón y metí un trozo de hielo en su lugar. Me volví a leer el libro, uno que me regalaron por esas fechas, con otro hombre a mi lado. ¿Sabes lo que pasó? Que él siempre tuvo mil preguntas sin que ninguna fuese un por qué. Esa pregunta nos la quedamos tú y yo mientras que cada noche la pasaba con hombres más interesados en leerme la piel en braille que en leerme a mí, como hacías tú. Y así todas las noches, con distintos hombres pero con el mismo libro. No sé si me explico. Es nuestra misma historia de siempre... Pero sólo conmigo.
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