"- Te comería la sonrisa.
- ¿Y a qué esperas?"
- ¿Y a qué esperas?"
Esperaba cualquier respuesta menos esa, que fue algo así como "fin de la tregua, pasemos a la acción". Y es que menuda sonrisa tienes, tienes una sonrisa que inspiraría hasta al peor de los poetas. Es cierto que un clavo no saca otro clavo pero, ¿qué clavo si nunca hubo ninguno? Si ahora sólo estamos los dos en esta habitación. Si el pasado ardió y ya es ceniza. Si sólo hay un presente de tú y yo con cerillas y un futuro de nosotros en llamas eternas e incombustibles.
No podemos decir que de este agua no beberemos porque podríamos (podemos) acabar sedientos y sólo con nuestra opción. Ojalá solos, tú y yo, con mucha sed. Una vez dije que no me enamorarían unos ojos marrones y me equivoqué. De los tuyos mejor obviar rasgos, que hasta el adjetivo más justo constituye un insulto. No sé cómo decirte esto, no hay palabra que haga justicia a tu boca, a tus maneras, a tu escribir y a tu sentir. Enamora el simple hecho de verte. Nostálgico o risueño, enamoras; y me enamoras. Al principio te pedí que no iluminaras tanto mi oscuridad porque tu claridad me cegaba. Hasta eso me sigues haciendo bonito, amor; incluso lo haces más bonito cuando me llamas Nerona y nadie puede vernos pero todos nos oyen desde el otro lado de la pared, donde ninguno se quiere.
Que a qué esperaba para comerme su sonrisa... "A que tú quieras comerte la mía", me atreví a contestarle. Y ahora no me quiere (ni quiero) bajar de las nubes de su boca.
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