Todo pasó de la noche a la mañana. Un día nos levantamos y cambiamos de parecer. Mi vaso se colmó con la última gota, y tú bajaste de la nube en la que llevabas conmigo algunos meses. Fue como el despertar de un sueño. Uno de esos en los que, cuando te levantas de la cama, te das cuenta de que igual no fue tan bonito como creías. De esos en los que te cuestionas lo más ínfimo.
Ahora sólo tengo que echarle arena al reloj para reconstruir todo lo que derrumbaste y, de paso, echarle sal a las heridas. Lo haré mientras evito pensar en que no nos hemos conocido del todo, en que no me verás hacer las tonterías que un día te prometí enseñar, en hablar de cosas que se nos quedaron en el tintero. En aprender el uno del otro. En viajar juntos.
Para mí ha sido inesperado, abrupto, tanto que me he quedado sin palabras (o bien las dejé en la que fue mi esquina del sofá). Corto pero intenso. Siento que tengo una espina clavada, y en momentos de debilidad dudo en si se me irá del todo. Quizás fue un error decirnos tantos te quiero, quizás nos rompimos por usarlos en exceso, por no saber si alguna vez los sentiste realmente.
Empiezo a odiar Madrid, como un día temí hacer.
Con esto empiezo mi desintoxicación.
Y mi desaparición.
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