Pero
es precisamente el débil quien tiene que ser fuerte
y saber marcharse
cuando el fuerte es demasiado
débil para ser capaz de hacerle daño al
débil
MILAN KUNDERA
(Yo, aparte de débil, reincidente)
No era esto a lo que me refería cuando pedí libertad.
Kundera
dice que no se es feliz en un lugar si te quieres ir de él. Yo me fui
de donde soy para encontrarme por las calles de esta ciudad. Hoy quiero
irme de aquí pero no para volver a mi origen sino para irme otra vez,
mucho más lejos, a otra parte. Empezar de cero con la maleta llena de
libros y llevar Ana Karenina bajo el brazo. Buscar la voz que me
condujo a mi Praga particular que también resulta ser capital nacional.
Quizás cuando dé con ella duerma de la mano del hombre que me condujo a una ciudad desconocida, con la maleta en la consigna de la estación. Y dentro, todo
lo que tenía. Quizás volver a dejar de escribir medias verdades, quizás
decantarme de forma definitiva por las mentiras enteras.
No, no era esto lo que pedía. Sigo pensando en él cuando algo (todo) me va mal. Siento mías todas las reflexiones que hace el escritor checo en La insoportable levedad del ser, ese libro que no quiero acabarme porque he hecho de él mi refugio. Un cobijo que siempre está para mí, que nunca falla. Veo un nosotros pasado de fecha en cada capítulo y sería capaz de felicitarle si lo terminara sin verme a mí en una sola página. Esa caducidad pronto irá a parar en un naufragio de sentimientos. No paro de pensar en él y su tez oscura, en las malditas casualidades que lo trajeron hasta aquí, y en la nefasta causalidad final que le hace volver a leerme como aquel día hizo, como hace justo ahora. Sólo que desde Praga. Dante, a eso, lo llamaba Infierno.
Me siento atada a la libertad. Irónico. La veo como un pájaro (que no golondrina), y me lleva a rastras colgada de un hilo que va desde su pata a mi cintura. Me parte en dos cada vez que alza vuelo. Me parte casi igual a cuando me partió él. Aunque duele menos. Esa libertad con forma de seis pájaros pequeños la llevo tatuada en la piel desde hace una semana. No me arrepiento del dolor, al menos no de este. Sus siluetas me recuerdan que he vuelto a amar lo que yo misma me enseñé a odiar. A él y lo que representa. Pasa un coche rojo. En él encuentro la perfecta excusa para dar con las lágrimas que hablan de un nosotros olvidado, como lo que siempre se olvida en el cajón de un piso de alquiler. Excusas por doquier que me recuerdan el pasado que, realmente, nunca quise dejar atrás.
Insisto. No era esto a lo que me refería cuando pedí libertad. No quería que se me diera tanta hasta el punto de sentirme sola y sin nadie con quien hablar hasta que me quede sin recursos en el tintero, como a mí me gusta. Este año ha sido el mejor de mi vida y el peor en otros tantos aspectos. Que haya sido el mejor se olvida pronto si pienso en por qué ha sido el peor. Puede que la dualidad se deba a que sin calor no hay frío, y que sin ti no hay nosotros. Bah. Quiero libertad y de la de verdad. Nada de proyectos de. Quiero dejar todo lo que estoy haciendo hasta que me encuentre. Él, yo, quien sea que lo haga. Lo voy a dejar todo ya mismo: esta ciudad, la otra, mis sueños, mis obligaciones. Voy a dejarlo todo y no tengo claro el porqué. Sólo que acabo de empezar a escribirlo.