Una mañana como la de hoy llamaron al teléfono. Dejé de mirar los apuntes que estudiaba cuando la voz queda de mi hermana dijo "está muy malita, os recojo en 40 minutos". Paré la música de un artista que acababa de descubrir y que le puso banda sonora a un momento que poco tenía que ver con lo que cantaba. "An angel would die covered in white, closed eye and hoping for a better life".
Alguien estaba en el pasillo con la cara blanca. Me acerqué a ella temblando y no sé de dónde saqué las fuerzas para decir lo que pasaba. Probablemente no dije nada. Me metí en la ducha y dejé que el agua cubriera mis oídos para no escuchar los sollozos. La gravedad iba arrastrando las lágrimas que derramaba pero yo sentía que se me quedaban clavadas en la piel.
Aquel viaje en coche fue el más oscuro y lluvioso de mi vida. Estaba ausente, rechazaba todo contacto humano; sólo miraba por la ventanilla, que lloraba conmigo. Llegamos a la habitación y todo se vino abajo cuando vi a mi madre llorar. ¿La mujer más fuerte que he conocido sabía hacer eso? ¿La misma que sobrevive con su marido perdido 330 días al año? Debía ser una pesadilla.
Tuve que tomarme mi tiempo para entrar, no quería que me viera llorar. Cuando me calmé recordé lo que no haría más de una semana le dije a mi madre. "Estamos viendo la Guerra Civil en clase y todos comparten cosas que les han contado sus abuelos, yo también quiero preguntarle a la abuela".
La sonrisa de un cabrón me dio fuerzas para entrar con rabia. Salí con desaliento. La habitación olía a muerte. Desde aquel día fui todos los días a verla. Estaba de exámenes finales en pleno 2º de Bachillerato y me olvidé. Lo único que necesitaba memorizar era el tacto de su mano, las manchitas de su cara. A duras penas hablaba. Ya no podían quitarle el oxígeno.
Asustada, me enteré de que estaba mejor. Busqué a mi madre y, sin pelos en la lengua, le pregunté si no sería eso que llaman la mejora de la muerte. A los días llegaron los pocos familiares que faltaban por venir, entre ellos mi padre. Cuando salí a por agua escuché a alguien decir "estaba esperando a que estuviéramos todos". El nuevo coche de mi padre tenía aspecto de uno de funeraria. Algunos bromearon con eso tiempo después pero nunca hice saber el daño que me hacía. Mi abuela nunca se subiría a ese coche, y lo sabíamos todos. Le pusieron demasiada morfina, y así (se) fue.
Un sábado 17 de diciembre dormí en una cama que no era la mía. No sé qué hora de la mañana era cuando me despertaron, sólo sé que era muy temprano. Mi hermana, vestida de negro y acariciándome el pelo mientras decía mi nombre. "Cristi, ya está, ya se ha ido". Fue el peor despertar y, a la vez, el más tranquilo.
Luego todo fue muy deprisa. Carretera durante una hora, lápidas, campo, gente triste y olor a café. Una caja de madera cerrada tras una cortina y un cristal. Vinieron muchos familiares de esos que sólo ves en bautizos, comuniones, bodas y funerales. Recuerdo a mi madre rota y a mi padre abrazándola. Nunca antes los vi así. Ojalá nunca hubiera querido verlos tan unidos.
Al día siguiente, otra lucha más. Tierra y más coches. Una plancha temporal de yeso que ponía "A. R. J.". Qué frío era todo. Qué poco cariño y delicadeza tuvieron las manos que te guardaron para siempre...
Sabíamos que aquellas Navidades iban a ser especialmente duras. Aquello se ha traducido en dos años de no poner adornos en casa. Se ha traducido también en mi asco por diciembre, el mes de un año en que yo cumplí los 18 y ella se estancó en los 81. Un mes en que he tomado por costumbre recordar todos los momentos felices y tristes de mi vida. El mes en el que más lloro y menos río.
No sé de dónde saqué las fuerzas para ir a clase al día siguiente. No sé cómo no perdí la cabeza con los cuatro sueños que tuve. Sólo sé que me quedé con las ganas de que me contara vivencias de la Guerra Civil, de preguntarle más cosas.
Sólo sé que el no ir a verla el día de antes no fue una casualidad.
Sólo sé que el no ir a verla el día de antes no fue una casualidad.
Esté donde esté, estará contigo siempre, porque nunca vas a olvidarla. Desde allí te devuelve todas las sonrisas y el amor que tú le regalaste.
ResponderEliminarLo que no se olvida, no se va.
Cuídate.